Cineasta profesional, crítico de cine y docente. Ha dirigido cortos documentales como Irina (2016) e Inventario (2019). Sus textos sobre crítica cinematográfica han sido publicados en revistas como GOD/ART, Cero en Conducta o Común-A. Desde el 2014 se desempeña como director creativo en Encarrete, productora audiovisual con énfasis en la creación de proyectos de desarrollo social desde las artes y de la cual es cofundador.
No hace falta decir que en toda lista yace implícito el gusto caprichoso de su autor. Esta no es la excepción. Más allá de eso, o del resultado que esclarezca los nombres de esas cincuenta películas esenciales —de seguro, vueltos a preguntar en diez años el listado será otro—, para mí esta encuesta arroja una respuesta clara: buena parte del cine colombiano existe solo de nombre. Sabemos que existen las películas, pero nunca las veremos. Esto es algo que Mudos testigos logra articular con gran lucidez al reconstruir a punta de fragmentos de películas desaparecidas, pero míticas de nuestro cine mudo una obra totalmente nueva. Así pues, podría decirse que la tradición del cine colombiano es la del mito de la película jamás vista, de El drama del 15 de octubre a Pepos, pasando por la obra de Jairo Pinilla, la de Gabriela Samper, la del Cine de Sobreprecio o los cortos de Víctor Gaviria, por nombrar solo los casos más ilustres. Nuestras películas existen a oídas de quien las vio hace décadas, de quien las vio para su investigación personal, sepultadas por la burocracia de los archivos oficiales, resguardadas por sus dueños a espera de dividendos ilusorios o disponibles en las más precarias copias que circulan por internet. No basta con mostrarlas una vez en la Cinemateca, deben liberarse para todos y para siempre.