Intento de director, guionista y crítico de cine.
"Aquellas personas que disfrutamos el cine siempre nos encontramos ante una dicotomía irresoluble cuando nos preguntan por nuestro filme favorito o el que consideramos el mejor. Y cuanto más cine conocemos, más lejana parece la posibilidad de dar una respuesta con la que sintamos, siquiera, una vaga satisfacción. Esto es porque el acto de nombrar siempre es ineludiblemente excluyente y responde más a factores externos, como lo que nos depare esa veleta fantasiosa de la memoria que selecciona nuestros olvidos. Y tomar estas decisiones se hace aún más complicado al delimitar el marco a solo un país que ha realizado más filmes durante los últimos diez años que durante todo el siglo pasado; por lo que algunas de las propuestas más llamativas son acaso demasiado jóvenes todavía como para determinar si pueden hacer parte de una selección de mejores películas, pues creo que también hay un factor de tiempo implícito y es el de poder saber qué tan bien envejece un relato. No obstante, considero importante que este “nuevo cine” que busca refrescar las formas, encuentre una mención en estos espacios, así como considero necesario oponerse a ese sesgo generalizado que implanta un único formato (el largometraje) como el válido, más aquí, donde el cortometraje ha sido el laboratorio donde han surgido varias de las propuestas más estimulantes. Así pues, mi selección ha sido más producto de lo que yo creo que debería ser y hacer el cine, más que de la posibilidad (de nuevo, lejana) de poder determinar las mejores películas. Esto es un cine que nos devuelva el acceso a la indignación y la molestia que nos ha arrebatado la complacencia hipócrita de un cine costumbrista y que no evoca ningún tipo de creatividad. Esa mirada oblicua que nos dé ese puño suave pero doloroso de hacernos mirar lo que constantemente preferimos pasar por alto, la irreverencia de desafiar nuestra permanencia, la lucha contra nuestros párpados y nuestros oídos, la formación de un callo en el culo y la asistencia a nuevas experiencias. (Esta es la excusa con la que pretendo escudarme, sin embargo, me quedan varios relatos por fuera y tampoco no me molestaré en nombrarlos, siquiera, fuera de la lista, pues aún así quedo a merced de alguna injusta omisión… de nuevo: la insatisfacción por el ineludiblemente excluyente acto de nombrar.) A lo que sí me resisto fuertemente es a que estos filmes que me dispongo a mencionar estén organizados en un orden de calidad, pues me rehúso a poner a competir buenos relatos entre sí por un lugar en un podio, como si estuviéramos hablando de una carrera de caballos. Para mí es imposible no mencionar Chircales (1968) cuando hablo de cine colombiano, de un cine comprometido, de un cine empático, de un cine más marginal que magistral. Chircales es de esos filmes de denuncia, contrainformativos, que han sido tan necesarios a lo largo de la historia de un país tan desigual. Es un filme que bien podría dar inicio a ese ímpetu creativo tan fuerte que ha caracterizado al documental colombiano, un relato que cuida cada aspecto estético, pero priorizando a la audiencia colombiana sobre la extranjera. Un relato que es una hermosa cachetada directamente en los privilegios. Por la misma época, Gabriela Samper, Rebecca Puche y Hernando Sabogal realizan Los santísimos hermanos (1969), un relato que si es que denuncia o advierte algo, es solamente un efecto colateral de un retrato sensorial producido por un mosaico de fragmentos y rostros que componen una colcha de retazos atravesada por una fotografía de alto contraste, una narración en primera persona ininterrumpida y un montaje que integra cortes como ráfagas veloces. El caso de la inclusión de Cuartico azul (1978) es porque es la muestra (aún y en esa época de los setentas y ochentas, que se buscaba crear una industria a toda costa, aunque eso significara hacer un mal cine comercial) de todas las capacidades expresivas que posee Colombia. Un cortometraje que aún sigue siendo relevante traerlo a la discusión, pues a una narración serena se integra todo un país condensado en un cuartico; un relato que nos enseña cómo hacer buen cine sin la necesidad de un ritmo impostado para la satisfacción europea o la prostitución de nuestros personajes. Ahora, en un cine tan huérfano y adolescente como el nuestro, es importante mencionar a los padres, y uno de ellos es, indudablemente, Carlos Mayolo. Y es innegable que La mansión de Araucaíma es su obra más madura (siendo su segundo filme de largo metraje), y tampoco voy a negar razones meramente personales (como si toda esta lista no fuese en sí misma una razón meramente personal) que hayan entrado en juego a la hora de decantarme por Carne de tu carne. Y es que entre tanto efectismo que abunda en gran parte del cine de hoy, es gratificante volver a la inexperticia intrínseca en las óperas primas, más si hablamos de un filme que desde su concepción inicial pretendía algo muy cercano al horror de Serie B estadounidense; sin embargo, Mayolo logra (con sus altibajos, por supuesto) integrar este tratamiento a una visión irreverente de una burguesía abúlica, incestuosa, endogámica y sin escrúpulos. Y de los aciertos cinematográficos más grandes en el cine colombiano: Confesión a Laura (1990), de Jaime Osorio; una clase maestra de puesta en escena, una concepción exquisita del espacio fílmico, el amor nunca consumado, la ternura volcánica de Vicky Hernández, la mirada inquisidora al otro lado de la calle, la cámara que crea esa sensación de sopor que es la misma que se respiraba en una convulsión social en las calles de toda la vida. Ahora, siguiendo con los padres, Víctor Gaviria es el padre de padres (queda manifiesto en los buenos filmes colombianos de los últimos años, que, incluso en contra de su propia voluntad, han logrado matarlo). Década tras década, la ridiculización de ciertos fragmentos de La vendedora de rosas (1998) ha impedido ver la inmensa belleza que hay contenida en esas imágenes de una Medellín feroz, que mira por encima del hombro ciertas esquinas, una mirada aguda, nada prejuiciosa ni maniquea, sobre una selva de cemento que se devora a las personas a las que ya no les queda de otra salvo refugiarse en las drogas y la delincuencia; un trabajo realmente admirable en la tensión que se genera por la perspectiva de unos niños envejecidos a las malas. Ahora vamos con las selecciones de filmes hechos los últimos años. Aquí creo que es indispensable mencionar Los conductos, un filme que logra una narración abstracta, orgánica, sin la necesidad de un argumento. Una propuesta radical y desafiante como pocas (no solo en Colombia, sino en el mundo) que retrata a una Medellín salvaje mediante una experiencia estética sumamente estimulante. Y decidí dejar para lo último la justificación de las tres selecciones que puedan encontrarse más reprochables. Estas son tres cortometrajes de una nueva camada de realizadores que está matando al padre de la forma más bella; considero verdaderamente importante que este buen cine de los últimos años pueda encontrar un eco en estos círculos y más con sus trabajos cortos, que considero gratamente reveladores de unas exploraciones formales interesantes, integradas a unas cuestiones propias de unas mentes que tienen más preguntas que respuestas. El primero es La noche resplandece (2018), y su razón de estar en esta lista tiene que ver con que Mauricio Maldonado se me hace una de las promesas más intrigantes del cine colombiano y este cortometraje es una clara respuesta al por qué: Maldonado convierte a Medellín en un lienzo beligerante donde se pinta otra generación del No futuro, una que, como Rodrigo D., ignora el peligro ininterrumpido que corre porque la violencia se ha inscrito como un elemento del paisaje como cualquier otro, lo ignora hasta el punto de mirar con idealismo el porvenir y lo planifica con entusiasmo; en este corto hay también una visión más fresca de la maternidad, que tanto ha llamado la atención del cine en Latinoamérica, una maternidad líquida que se esparce, incluso, hasta las mujeres que no tienen hijos. Maldonado no se conforma con un retrato estéril de un contexto que fácilmente se podría haber encontrado interesante en sí mismo y bien se pudo haber llevado a la pantalla sin pasar por filtro creativo alguno; Maldonado va más allá y nos comparte una creación bellísima, vista desde una mirada curiosa a partir de un argumento nimio. Y así como con Los conductos, La hurtúa es una exploración estética, una forma de hacer documental que ha llamado la atención en el cine colombiano últimamente. Una postura y manipulación del material de archivo y, lo más atractivo: extrañamiento en un género al que quieren confinar en unos objetivos que son más propios de un reportaje que de un trabajo artístico; aquí, Andrés Chaves narra el vacío a través de unas imágenes sugestivas, montadas con una banda sonora riquísima. Y, finalmente, El edén (2015), dirigido por, igualmente, una de las promesas más interesantes del cine colombiano. Este corto próximamente se convertiría en una exploración mucho más profunda en el mejor largometraje colombiano del 2022: La jauría. Andrés Ramírez ha logrado hacer una obra (hasta ahora, pequeña) en la que ha llegado a desnaturalizar los paisajes colombianos mediante formas que no se acartonan ni rozan con un cine intelectualoide que también nos ha llegado. Una reflexión estética fascinante en torno a la violencia, incluso a la masculinidad."